En el libro
“ESTRATEGIAS DOCENTES PARA UN APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO Una interpretación
constructivista” (Barriga, Hernandez, 2002) se señala que el constructivismo
surge como una corriente epistemológica, la cual tiene como fin el discernir
sobre cómo se construye el conocimiento en los seres humanos. Esta corriente
tiene sus orígenes teóricos en autores como Vico, Kant, Marx y Darwin, lo que
da cuenta del extenso debate que se ha prolongado hasta los días de hoy acerca
de la construcción del conocimiento. Para la visión constructivista del
aprendizaje el individuo se encuentra en interacción con diferentes factores
que condicionan la creación de nuevos conocimientos, tales como su propio
aprendizaje anterior y el medio en el que está inserto (Ahumada)
“La postura constructivista del aprendizaje
rechaza totalmente la concepción del estudiante como un ser pasivo, mero
receptor o reproductor de saberes culturales y cuyo desarrollo personal va a
ser producto de la simple acumulación de una serie de aprendizajes, sino que
reconoce en el alumno la capacidad de generar aprendizajes significativos
propios” (Ahumada) lo anterior da cuenta de la evolución que ha tenido la
educación a lo largo de la historia, evolución que actualmente se encuentra con
la disyuntiva de ¿qué se debe evaluar?
Esta interrogante es una de las principales
preocupaciones de Ahumada, tal y como dice Barriga y Hernández, los sujetos
cognoscentes construyen activamente su aprendizaje, lo que da cuenta de que
debe existir una consciencia de cómo cada individuo aprende, dejando de ser
entes pasivos en el proceso de enseñanza aprendizaje para pasar a ser el centro
de dicho proceso, tanto en la vida diaria como académicamente hablando. Para
lograr esto los docentes cumplen un rol fundamental, pasando de ser el que
entrega los conocimientos a ser, tal como postula Ahumada, un puente o mediador
entre el nuevo conocimiento y el alumno.
Para lograr que el docente sea un mediador
entre el proceso de aprendizaje y el nuevo conocimiento, este debe cumplir con
ciertas característica, las cuales son parte de sus responsabilidades
profesionales, tales como conocer la disciplina que enseña, tanto en su
estructura como en su didáctica, conocer los procesos en los cuales los alumnos
se apropian de los conocimientos y finalmente tener una mirada crítica frente a
su labor docente (Ahumada) estas características permitirían al profesor ser
realmente competente frente a las nuevas teorías educacionales llevadas a la
práctica, y lograría poner a su alumnado en el centro de la actividad
educativa, concientizando a los alumnos a que deben ser ellos los gestores de
su aprendizaje traspasándole el control y la responsabilidad de aprender.
“En la mayoría de los países
latinoamericanos, el proceso de evaluación ha estado centrado en lo que podría
denominarse una hetero-evaluación. El nuevo discurso evaluativo apunta hacia la
auto y la co- evaluación, privilegiando indiscutiblemente los aprendizajes
logrados por el estudiante y los procesos de “aprender a aprender”.” (Ahumada)
tal y como lo señala una investigación realizada por Laurence Wolff (1998)
donde encontramos que “Las evaluaciones educacionales pueden definirse como
medidas del grado en el cual se han logrado los objetivos curriculares, ya sean
establecidos por las autoridades gubernamentales o por expertos nacionales e
internacionales. Las evaluaciones nacionales
el avance de las instituciones en todo el
país.” Esta concepción de evaluación es la que se debería erradicar, ya que se
centra en la medición de logros de objetivos finales y previamente formulados
por el evaluador, la evaluación autentica no debe medir resultados
cuantitativos ni estandarizados, sino que debe centrarse en la experiencia del
alumno, brindándole herramientas para que descubra su propio modo de asimilar y
apropiar un nuevo conocimiento de forma consciente y significativa,
considerando el andamiaje previo de conocimientos al igual que su contexto de
vida cotidiana. La evaluación que propone Ahumada “pretende conocer el grado de
apropiación del conocimiento y la significación experiencial que el alumno le
otorga a los aprendizajes.”
Wolff (1998) en su investigación
sobre evaluación educativa en América Latina señala que “Si bien Chile y
Argentina han hecho los mayores avances en la utilización de las evaluaciones
en el área del diseño de las políticas, la reforma curricular y el mejoramiento
de las escuelas, aún quedan muchos aspectos que mejorar incluso en estos
países. (…) sólo recién se están iniciando esfuerzos sistemáticos por
“compatibilizar” el currículum, los textos escolares y la pedagogía utilizada
en la sala de clases.” Lo anterior es un fiel reflejo de la realidad que
postula Ahumada, en la cual la teoría dista muchísimo de las practicas reales
de evaluación en el aula, la teorización en educación siempre está innovando
hacia nuevas metodologías, mientras que las practicas docentes están estancadas
en modelos arcaicos de evaluación estandarizada y sin significación para los
estudiantes.
Ahumada postula que la formación profesional
de los docentes está desfasada con respecto a las nuevas conceptualizaciones,
teorías y formas evaluativas, tal y como lo reitera Edwards en su artículo “EL CURRICULUM Y LA PRÁCTICA
PEDAGOGICA: ANALISIS DE DOS CONTEXTOS EN LA FORMACION DE DOCENTES EN
CHILE” “la mayor parte de los currículo
de formación docente en el país existe una separación entre lo disciplinario
y lo pedagógico. Esta separación se expresa claramente en las categorías
utilizadas por los centros formadores para organizar el currículo: “formación
profesional” que incluye las asignaturas pedagógicas; y la de “formación
disciplinaria” que se refiere a las asignaturas referidas a la disciplina de
especialización, con escasa relación entre ambas. La formación disciplinaria en
todos los casos tiene más peso en el currículo, dando cuenta con ello de la
disminuida valoración social de lo pedagógico.” Cabe resaltar el énfasis que
hace la autora al referirse a la escaza relación que existe entre la formación
profesional y la disciplinaria, lo cual da cuenta del desfase anteriormente
mencionado, que genera una clara disociación entre los investigadores y
académicos especializados frente a los docentes de las escuelas, los que
finalmente son los que deben llevar a la práctica las teorías y
conceptualizaciones elaboradas por los especialistas en evaluación y educación.
Esta es una discusión muy hurgada, la que se refiere al abismo entre teoría y
práctica, pensamiento y acción, y entre la decisión política y la acción real.
Por otra parte son los organismos
externos a la escuela los que imponen las exigencias y os contenidos que deben
ser enseñados en las escuelas, lo que habla nuevamente de la disociación entre
teoría y practica, ya que los organismos externos a la escuela, como el Estado,
el MINEDUC, entre otros, proponen exigencias centradas en adquisición de
determinados conocimientos, lo cual es medido por agentes externos a nivel
nacional, agentes que según los organismos externos son los capaces de medir
objetivamente la adquisición de los conocimientos impuestos. Utilizando para
ello pruebas nacionales estandarizadas tales como el SIMCE o la PSU.
La evaluación debe constituir un proceso más
que una medición de resultados de objetivos previamente impuestos de manera
externa a la realidad educativa del aula, lo que realmente interesa, según Ahumada, es tener evidencia del proceso de
aprender más que de los resultados o productos. Para esto se debe abandonar la
evaluación tradicional y dar paso a una evaluación autentica, la cual debe ser
guiada por el profesor poniendo al alumnos enfrente del proceso dándole
autonomía, dejando que este asimile y apropie conocimientos mediante su propia
naturaleza, pasando el docente desapercibido en el proceso.
Para lograr en la práctica una evaluación
autentica, se deben abandonar las prácticas evaluativas arcaicas, como las
pruebas estandarizadas al final de un proceso o unidad, y dar paso a nuevas
metodologías menos ortodoxas, lo cual podría hacerse paulatinamente, como dice
Ahumada, complementado las evaluaciones tradicionales en un principio para
luego reemplazarlas totalmente.
“Los centros formadores de profesores, deberían esforzarse por
desarrollar una dialéctica entre acción y reflexión, analizando los quehaceres
de la Escuela, los problemas curriculares que en ellas se suscitan y la
problemática de la enseñanza específica de ciertas disciplinas.” (Ahumada) este
principio es fundamental para terminar con el abismo antes descrito, entre
teoría y práctica, ya que si no se cambia la base, es decir la formación
profesional de los docentes en la
universidades, no se podrá llevar a cabo la revolución en términos de
evaluación que plantea el autor, lo cual es lo más óptimo para el sistema
educativo inserto en la sociedad actual. La escuela, los docentes y las
metodologías deben apartarse a los nuevos requerimientos de los estudiantes,
dando más autonomía y generando conciencia del aprendizaje de cada uno de
estos, sin dejar de guiar silenciosamente aquel proceso. Otro aspecto
importante en la revolución evaluativa, es el rol de los organismos encargados
del diseño de las reformas educativas, los cuales deben atender a las nuevas
teorías y conceptualización de los expertos, y adecuar los currículos para que
el docente pueda innovar y cambiar el paradigma obsoleto en el cual estamos
insertos, por un aprendizaje significativo y una evaluación autentica.
Bibliografía
“ESTRATEGIAS DOCENTES PARA UN
APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO Una interpretación constructivista”. Barriga,
Hernandez, 2° edición.
“Las Evaluaciones Educacionales en
América Latina: Avance Actual y Futuros Desafíos”. Wolff, 1998
“EL CURRICULUM Y LA PRÁCTICA
PEDAGOGICA: ANALISIS DE DOS CONTEXTOS EN LA FORMACION DE DOCENTES EN CHILE”.
Edwards Veronica.
“LA EVALUACIÓN EN UNA CONCEPCIÓN DE APRENDIZAJE
SIGNIFICATIVO”. Ahumada, 2002.
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